jueves, 13 de noviembre de 2008

La Ventana

La lesión con la que he estado en este último tiempo, la armoniosa soledad en Calama y el luto no expresado durante dos años desde la pérdida de mi abuelo (y el aciago sueño que tuve durante el velorio), dieron nacimiento a este, mi primer cuento completo:

Era el atardecer cuando el tren llegaba a la estación. Durante el camino el cielo amenazaba con una lluvia nocturna que no tardaría en caer, de forma que cuando llegue hasta la vieja heredad ya estaba oscuro, y desde afuera se veían las primeras luces encendidas de la casa.

Fui recibido por una de mis tías, que al verme lo primero que dijo fue:

-Arturito… tu abuelo… se ha ido.

No me sorprendió, más, aumentó la sensación sombría que me aquejaba desde mi partida de la capital-dos días de viaje sin dormir-, como si la noticia no resolviera tal sensación, sino que solamente le diera un comienzo.

Sólo supe que el abuelo estaba muy enfermo hace una semana atrás, y no pude arreglar mis asuntos hasta hace poco, y no pensé que llegaría tan tarde…

El abuelo, tan respetado por todos en los alrededores, querido por la numerosa familia, era una especie de señor feudal moderno, que decidía gran parte de los asuntos que ocurrían en el pueblo, incluso en la esfera familiar de los que pedían su consejo. De voluntad inquebrantable, moral sin mácula y opinión incuestionable, todos iban (o debían) lamentar su partida.

Supe que mis padres no llegarían hasta dos días, pero el resto de la familia estaba allí, y probablemente a esa hora ya estarían todos durmiendo, así que, diciéndole a mi tía que se acostara, me serví algo de la comida que estaba en el rescoldo para luego dirigirme a la habitación que siempre ocupamos mis padres y yo cuando llegábamos de visita.

Tuve que atravesar desde la cocina todo el patio rectangular de la vieja casa colonial para llegar hasta la habitación, y me di cuenta que efectivamente estaba lloviendo copiosamente y no pude proteger la vela que llevaba en la oxidada palmatoria. La oscuridad era absoluta, salvo por la pequeña luz que se divisaba más al fondo. Me guié por ella hasta que llegué a la que era la vieja habitación que compartían mis abuelos. La luz emanaba de dos sirios puestos a cada lado de una cama de respaldo grande, tallado, de color pardo oscuro y esquinas redondeadas que enmarcaban el gran colchón que soportaba ahora el peso del cadáver del abuelo Alfonso.

Ver esa imagen de repente en medio de la penumbra, como si la ventana flotara, me sobresalto y dejé caer la palmatoria. El ruido metálico me espabiló y recién en ese momento pude entender lo que estaba viendo; sí, era un cadáver, el primero que veía en mi vida, pero era el abuelo. Aunque, no obstante el razonamiento-escudo de la mente-, la imagen me parecía sobrecogedora y lúgubre; hasta un poco macabra, puesto que me imaginé una feria de horrores en que los cadáveres de la familia son mostrados como espectáculo.

Con ese pensamiento me alejé de la ventana, y puesto que, por lo que recordaba, nuestra habitación estaba contigua a ésta, decidí buscarla y entrar en ella para protegerme de la lluvia.

El cuarto era el mismo de siempre, de esos con techos demasiado altos, que en la oscuridad no puedes ver hasta donde llegan, donde se sienten crujidos de procedencia indeterminada, rasguños en las paredes y golpes en el techo; a pesar del tamaño transmiten cierta claustrofobia, y a la vez una sensación de aislamiento por su enormidad. Adentro encontré otra palmatoria y a su menguada luz me quede leyendo un buen rato, aunque de forma distraída, puesto que pensaba extrañado, a pesar de la hora, en la ausencia de familiares por la casa; es un velorio, después de todo, pensé, y por lo menos los mayores estarían guardando una vigilia alrededor del cadáver-mi abuelo-. ¿Me habrá parecido, simplemente, que la habitación del lecho mortuorio estaba vacía, salvo por el cuerpo?-pensé-. Era muy probable, tal vez todos han guardado vigilia desde hace una semana o más, y necesitaban dormir. Con ese pensamiento olvidé el asunto, sin embargo, a mi mente comenzaron a asomarse viejas imágenes de la infancia en la casa, un torbellino de eventos, antiguos colores y olores que desembocó en un gomero, un fuerte y ramificado gomero, solitario en el rincón este del patio rectangular, que apareció a los meses después de una momentánea separación familiar, como un regalo tras la reconciliación, o el fruto del resentimiento como decía mi padre, oscuro, como siempre, en sus juicios.

Con esa impresión en la cabeza creo haberme quedado dormido, inquieto, medio en vigilia, hasta que en cierto momento desperté de golpe, levantando la cabeza de la almohada y sudando, con las palabras retumbando en mi cabeza: “lo mató…lo mató…eso hizo…”. Era como si estuviesen gritándome la frase en el momento de despertar, o mejor dicho, por eso desperté.

Con el corazón rebotando en el pecho, me di cuenta que no volvería a dormir.

Decidí levantarme, debían ser aproximadamente las 4 de la madrugada, pensé, prendí otra vela y me quedé sentado un momento en la cama. Mire el cuarto en toda su extensión, las cuatro camas, percibí el olor a viejo de las tapas y el piso y aumentó mi inquietud. Mire por la ventana, afuera estaba húmedo, pero vaporoso; había dejado de llover, y una luz blanca se desparramaba sobre el follaje del patio: la luna llena se abría paso entre las nubes ya drenadas.

Salí, con la resolución de recorrer las habitaciones de la casa que no estuvieran ocupadas, por si es que el paseo y otros recuerdos borraban el que me estaba atormentando. Esa era mi tía, la que me recibió, la que, siendo yo muy pequeño, una noche despertó a toda la familia con sus gritos. Repetía una y otra vez lo mismo, “lo mató…lo mató…”. Fue breve, pero el evento quedo impreso en la memoria de todos, aunque nadie nunca se atreviera a comentarlo.

En la casa había varios cuartos iluminados, probablemente para simbolizar la vigilia, que no estaban llevando a cabo, y eso ayudo en la primera parte de mi recorrido, hasta que al llegar al ala este de la casa, me di cuenta que ya no habían velas ni candelabros encendidos. En esa parte me ayudé de mi palmatoria para seguir recorriendo, mientras pensaba en la imposibilidad de hacer esto en mi infancia por el miedo a la oscuridad y la prohibición de acercarse a ciertos cuartos de la casa. Había uno en particular, sobre el que se impuso la restricción justo cuando la familia se reencontró. Nadie entraba, hasta donde sé, y los mayores nos desmotivaban diciendo lo horriblemente aburrido que era, y lleno de arañas, sin castigos de por medio.

El abuelo prohibió la entrada después de un evento que ocurrió con la separación de la familia o tal vez fue causa de ésta, ahora que lo pienso. Un borracho del pueblo se puso frente al portalón de la casa un día, pidiendo pan y vino; fue mi abuela quien le respondió negándole su petición. Luego de ello, se escucharon gritos escandalizados de mi abuela-no se a razón de que-, a lo que salió luego el abuelo Alfonso, con el látigo en la mano, gritó un par de cosas, se escucho un tronar y se perdió llevándose al borracho con él. No volvió hasta el anochecer, y al borracho no se le vio jamás de nuevo.

Ahora, ya mayor, recordando el evento, renació en mí la curiosidad morbosa que me impulsaba a entrar de niño, y ese entusiasmo infantil me arrastró a buscar la llave maestra de la casa para penetrar en el viejo cuarto.

El cuarto no ofrecía nada espectral o fantasmagórico, como me esperaba, y mi ilusión infantil quedo frustrada. Estaba pintado de blanco, y no entraba otra luz que la de una claraboya pequeña, a unos 3 metros arriba. Había un viejo cofre desecho, con agujeros, con viejas fotos y postales de décadas atrás, y en el fondo encontré un revólver antiguo, probablemente del abuelo. Había colgadas a modo de cortinas, varias telas en la pared, de color púrpura, cuadrados de un metro y medio de ancho y largo, más o menos. Esto me llamó la atención, y comencé a levantar, una a una las telas, mirando detrás, pensando que detrás podía haber cuadros con temas indecorosos, un viejo secreto del abuelo. No había nada detrás, sólo la blanca pared, excepto…excepto, en la cortina de la pared del este, creo. Fue un instante, de correr el cortinaje (este si lo era, porque había una ventana detrás) y ver una horrible imagen instantánea, espantosa: un cuerpo azotándose contra la ventana, quebrándola, sin ruido. Me eché hacia atrás gritando, instintivamente, hasta que me di cuenta que la escena, fuera de traer sus consecuencias naturales-trozos de vidrio lanzados hacia adentro, gritos-se repetía una y otra vez, rápidamente, en forma vertiginosa. Fue tal la impresión que vomité dentro del baúl, y después de eso atiné a salir corriendo, sin preocuparme de haber despertado a la familia toda, quienes estarían pensando en tomar a escopeta para echar al ladrón, seguramente.

Iba en el pasillo, balbuceando como retrasado mental, cuando empecé a repasar con una lógica insana la imagen: el cuerpo que impactaba la ventana era el de un pordiosero, se notaba por los andrajos, aún a esa velocidad; detrás había otra figura: el abuelo, con un revólver, y el gesto que realizaba en la imagen era el de disparar, contra el cuerpo.

Dentro de la misma lógica insana empecé a sacar cálculos de años, meses lugares y personas de la familia que apuntaban a un solo resultado: El gomero. Ésta fue la verdadera iluminación de la locura, pienso hoy, que me arrastró a tomar la pala del patio y una pica, salir al patio y ponerme a arrancar el nefasto árbol, para después cavar y cavar hasta golpear algo medio viscoso al principio y crujiente al final. Llevé la lámpara al patio, y volví a sentir náuseas al darme cuenta que había golpeado con la pala el torso de uno de mis familiares, creo que mi tía, la que me había recibido unas horas antes, porque fue su cara lo primero que vi dentro de la zanja, al apuntar con la lámpara. Seguí iluminando más allá en la zanja y entre el lodo y las raíces reconocí las caras del resto de mis familiares; sus cuerpos estaban deformados por diferentes fracturas que abarcaban todo el cuerpo: las posturas eran imposibles. En medio del horror, empecé a escuchar una tronadura en toda la casa, un golpe de sonido que se repetía una y otra vez, al ritmo de la ventana-pensé en medio de la locura-. Sólo corrí, al sentir que uno de mis miembros se salía de lugar, y sólo recuerdo haber llegado gritando a la posta más cercana. No supe más, hasta ser interrogado por la policía al día siguiente…

“La descendencia ha sido maldita”, habría dicho mi padre.

9 comentarios:

Mortwen dijo...

...

Gracias a tí, Adriano no volverá a ser lo que era para mí!!

Un post bastante macabro, digno de tus mejores sueños febriles. Felicitaciones!

Shonokin dijo...

Gracias, Mort...
muy estimulante, aunque no se de qe Adriano hablas..
(acaso es ese que, ademas de levantar murallas, escribia cuentos de terror??..jeje es broma)

Angelique dijo...

Lindo!!!! emmm o tendría que decir Horrible? en fin, ME GUSTÓ MUCHO!!
Pero igual S.T.M.O!

Geo dijo...

Que inquietaante el leer y darse cuenta como la realidad y la familiaridad se entrelazan de manera indisoluble con la locura y la fatalidad.

Un relato inquietante, insisto.

Valio la pena esperar años para verlo traspasado al papel.

Shonokin dijo...

Costó. pero aqui esta..
Gracias por los Comentarios, Georgina del Carmen y tb tu, carol del Tránsito (S.T.M.O.).

Mortwen dijo...

Oye Angelique, también podrías escribirte más cuentos po... queremos más palomas con ojos inyectados en sangre!

cotetuga dijo...

mmmmmmmmmm. Inquietante...curioso...realidad y ficción: tú las mezclas de manera magistral; y no es porque sea tu padre quien hace este comentario, pero es cierto: la vida es más dura que la ficción. Aunque este género no es mi fuerte, me atrajo desde la primera oración. Yo tambíen me vi reflejado en tu relato. recuerdas tus malos sueños de niño? te levantabas y me obligas a salir de mi dormitorio para cobijarte con tu madre. Espero que esos malos sueños ya se hayn ido. te felicito.

Mortwen dijo...

Queremos massss cuentossss...

Victor Valerius dijo...

exelente esccrito señor, disculpe la demora en hacer mi comentario pero un periodo de rechaso total a la lectura me ha alejado de leer cualquier cosa.

debo decir que leer tu escrito fue el mejor comienso que pude haber hecho, cuidece compañero y espero poder leer mas.

abrazos