viernes, 26 de junio de 2009

Esciros, Capitán (Mitos de Ptölinéa)

Desde la costa gris podía verse el faro Okoros, lejos de cualquier villa o ciudad. Era el borde marino deshabitado de Laudre, uno de los pocos sectores que sus habitantes no habían colonizado, por ser un litoral infértil y de clima hostil. Hasta hace dos siglos atrás Okoros era una ciudad cárcel, sólo habitado por los condenados y los guardianes de las puertas, hasta que perecieron por la repentina flama de un incendio del que nunca se supo el origen. De la antigua fortaleza sólo quedaron negros escombros y cenizas que se esparcieron, mezclándose con el gris natural del sombrío litoral.
Esciros, capitán de la VII escuadra de exploración, miraba la distante y antigua estructura en medio del gris litoral mientras pensaba que era ya el momento de alejarse de la costa y volver. Un informe de “Sin riesgo” debía –por suerte- ser enviado por el heraldo a la compañía. Además, no era un paraje en el que uno pudiera pernoctar ni abastecerse; las cenizas aún estaban suspendidas en el aire marino, y se respiraba aún en la arena. Observaba a la penumbra del crepúsculo gris los cascos amenazantes del resto de los hombres con la leve impresión de que lo acechaban (el yelmo cubría las caras hasta la nariz y también las mejillas, de forma que los ojos eran cuencas negras y la línea de la boca no se distinguía); eran estatuas con expresión luctuosa, pero rápidamente salió de tal ilusión con un estremecimiento y les habló.
La decisión fue bien recibida por los hombres, quienes ya ansiaban descansar frente a un buen fuego y una buena comida de campaña, lejos de esa playa, por lo que se pusieron en camino de inmediato, a pesar de no haber dormido desde hace tres noches seguidas. Tenían que subir un escarpado acantilado para salir de la playa, que a casi un kilómetro al sur del faro se dividía para dar paso a la desembocadura del Cifrenes, el río más grande y de mayor extensión en Laudre, que al llegar al mar se transformaba en una cuenca profunda cuyas paredes lo ocultaban prácticamente a la luz del sol; nada de hierba crecía, y tampoco se sabía de animales que vivieran allí.
Subieron por la pared sur de la desembocadura, tratando de llegar a la cima antes que anocheciera; sin embargo, algo los retuvo a mitad de camino. Vieron la barca.
De niños, todos los hombres de la compañía habían oído hablar de la barca tripulada de dementes sin rumbo que bajaba el Cifrenes hacia ningún lugar. Era la leyenda que explicaba el deplorable destino de las empresas mal hechas, o de hombres apóstatas que insistían en llevar una vida rebelde y desobediente de los modos de Laudre, nación grande y de personas de gran voluntad, conquistadores o sabios. La idea de que “ningún lugar” era la deshabitada Okoros, y que en ese momento la estaban pisando los llenó de angustia y una desagradable sensación de desolación. Podía ser una barca cualquiera, que tratara de llegar a la desembocadura, llevada por soldados, pero aún a la menguante luz del crepúsculo pudieron ver que sus tripulantes, sentados, se agitaban balanceándose hacia atrás y adelante, con la mirada distorsionada y fija hacia ningún lugar, algunos murmurando lamentos, otros catatónicos y quietos en posturas incómodas. Nadie llevaba la barca, nadie remaba, nadie la dirigía, sólo se movían hacia la costa con la corriente, chocando de vez en cuando con salientes rocosos de la rivera y avanzando hacia ningún lugar.
Se quedaron mirando el esquife hasta que traspasó la boca del río y remontó el mar, perdiéndose finalmente en el horizonte, hundida en el sol rojo del atardecer. Mientras tanto, el cielo ya se había oscurecido para cuando los hombres pudieron despegar la vista del mar, y la escalada se hizo así más pesada, con una carga que no traían al principio. Esciros tuvo que presionarlos desde la retaguardia de la fila, para que llegaran de una vez a la cima del acantilado. Una vez arriba encontraron un pequeño prado donde crecía una hierba corta y casi seca; en medio de ella se levantaba un árbol grande y seco, pero sus ramas estaban intactas. Decidieron pasar la noche alrededor del árbol, prendiendo un fuego y sacando las provisiones; no había de que preocuparse, puesto que al alba partirían de vuelta al noreste, para volver a reunirse con la compañía.
El heraldo consumió algo de comida y bebida antes de dormir un par de horas para partir antes que el resto; las buenas noticias momentáneas debían transmitirse siempre antes del alba, para recibir nuevas órdenes. De verdad sorprendía que aún los terrores del Dióscuro no quisieran llegar desde esta costa a Laudre, por lo que parecía que la guerra comenzaría desde el este, a menos que decidieran entrar desde los puertos fortificados.
Avanzada la noche, el heraldo finalmente preparó su equipo y montó su caballo para partir hacia el puesto de avanzada en el noreste, mientras el resto dormía, exceptuando el capitán y el vigía de turno. Esciros miraba al heraldo partir en la oscuridad cuando de pronto, un poco hacia el este del campamento, a lo lejos, divisó una tenue luz anaranjada. Solitaria al parecer, llamó la atención con inquietud del capitán, quien, un poco dudoso al principio, resolvió partir hacia el resplandor para verificar su origen, y si efectivamente no iluminaba el campamento de nadie.
Decidió partir solo, con cautela, puesto que si se trataba de la fogata de alguien hostil estaría en serios problemas, y probablemente sus hombres no alcanzarían a escuchar sus gritos desde allí; a pesar de este pensamiento siguió solo, como si fuera una tarea asignada sólo a él, como capitán ¿o tal vez un mensaje del enemigo, que sólo él podía escuchar?-pensó de pronto-. Pero alejó esta idea luego, cuando ya llevaba unas cincuenta varas recorridas y la luz se veía más clara y grande.
Estaba a casi la mitad del camino y ya podía ver que alrededor del resplandor no había ninguna criatura-al menos de las que son visibles-. Tampoco podían estar ocultos, puesto que era un terreno completamente plano en un radio de aproximadamente trescientas varas, por lo que al menos la presencia de soldados estaba descartada, aunque no estaba por ello más tranquilo; lejos de Laudre, existen diversas cosas que temer en Ptölinéa, otras que soldados del Dióscuro.
Finalmente llegó al lugar del resplandor. De hecho era un fuego, pero no se trataba de una fogata; era un solitario árbol pequeño, del tamaño de un hombre, que estaba quemándose desde hacía muy poco y todavía estaba en pie, aunque no le quedaba mucho tiempo. Esciros trató de encontrar algún rastro del posible incendiario, pero no había huellas de ningún tipo alrededor; simplemente no hubo ni había nadie allí, se dio cuenta, y con este descubrimiento se quedó mirando perplejo el árbol en llamas, hasta que después de un tiempo que no supo determinar, aquél cayó, consumido por el fuego devorador, y la luz comenzó a menguar.
Cuando las llamas se apagaron, unas pocas brasas quedaron resplandeciendo con el mismo color anaranjado. Esciros notó que ellas estaban dispuestas de tal modo que formaban figuras, las que pronto reconoció con sorpresa como caracteres de la lengua de Laudre. La sorpresa se convirtió en espanto cuando leyó lo que rezaban los caracteres. Los rescoldos le daban un terrible mensaje:

“Siete hombres menos para Laudre, o siete esclavos para aquél que reina en las entrañas de la tierra”

No había forma de saber cómo el mensaje había llegado allí, y probablemente era lo que menos había que temer, pensó Esciros estupefacto ante la visión. Simplemente, después de apagarse estas últimas brasas, echó a caminar volviendo sobre sus pasos, mientras trataba de pensar sobre el significado de las palabras que vio, tratando de decidir si lo que había visto era real o no. Sin duda, la vista de la terrible barca lo había trastornado, al igual que a sus hombres, lo que podía haberlo dejado susceptible a cosas como esta, muy propia tal vez de un lugar como éste, al que ningún Lauredriano volvió durante siglos, probablemente por el temor a la misma tierra. Sin embargo, la evidencia de la realidad de la barca, lo hizo pensar en la realidad de la visión, y la infinitud de las posibilidades de que algo podía pasar.
Decidiéndose por esto último, el capitán se dio cuenta de lo terrible que estaba pasando. Algo los estaba mirando, el mismo Dióscuro quizá, para espantar a los vigías de Laudre: a los 7 vigías, tal cual cuantos eran, y su capitán. O tal vez no era siquiera una amenaza, sino que lisa y llanamente un aviso; el Dióscuro quería tomarlos por esclavos, y si no lo lograba, los mataría cruelmente, con toda probabilidad. Pero ¿Cómo? ¿Desde la tierra expelería brazos pestilentes e inmensos para atraparlos?
Había muchas formas de las que el oscuro podía valerse para matar hombres, ya había sucedido antes, en tierras áridas sobre todo, natural para él. Esciros, asumiendo mientras caminaba lenta y ominosamente hacia el campamento la realidad del peligro en que se encontraban, comenzó a pensar en las muertes de soldados anteriores en manos de las artes del enemigo, engañosas algunas, directas otras, y todas crueles.
Esciros escrutó todo el terreno que los rodeaba: llano, sin accidentes ni grutas, ni un solo monte ni gruta hasta muchísimas varas hacia el este, casi llegando al puesto de avanzada; esconderse era imposible. La escapatoria era probable, mas, saber hasta donde llegarían para encontrarse a salvo era como arrojar una piedra al vacío; estaban lejos de todo, y era mucho más probable ser interceptados a mitad de camino, si estaban siendo amenazados por el señor de la tierra.
No obstante estas reflexiones, pocas obras del Dióscuro operan de forma directa, y un embrujo de este tipo no es siempre lo que parece; su principal objetivo por lo general es obnubilar el espíritu de los hombres y hacerlos decender hasta los pozos más oscuros del pensamiento, para descansar cómodamente en los lechos de la desesperanza, donde la vida parece un recuerdo o una meta lejana y superflua. Pero esto nunca lo llegan a saber sus víctimas, quienes, a menos que cuenten con alguna protección o cura, terminan muertas, desvanecidas o seducidas por los poderes subterráneos.
El capitán, al verse entonces acorralado, sin opciones, comenzó a perder la frialdad de la razón, y al final una sola idea poco a poco se formó en su mente para abarcarla casi por completo, una idea siniestra, pero tal vez la única posible solución. La opción que quedaba no era otra que interpretar literalmente el mensaje. Ni sus hombres ni él se convertirían en esclavos del subterráneo, no por voluntad; tampoco sin ella. Esciros no entregaría a sus hombres a los tormentos bajo tierra de los que pocos, en leyendas casi, lograron escapar.
Derrotado entonces, pero resuelto, comenzó a caminar mas rápido hacia el campamento. Allí la fogata aún ardía, y los hombres dormían el corto sueño del deber, aunque profundamente, y nada se escuchaba alrededor, salvo el romper de las olas contra la costa, allá abajo. Se detuvo a mirarlos, sintiéndose responsable de su porvenir, diciéndose nuevamente que no los entregaría como esclavos-sacó su espada-; eran preferibles siete hombres menos para Laudre.
Con esta idea, Esciros ejecutó su terrible y vergonzosa labor; cada uno de sus soldados fue muerto por su espada, silenciosamente al principio, y luego que los últimos dos despertaran, tuvo que hacer una corta lucha de resistencia contra ellos, hasta que su arma terminó en el pecho del último, mientras gritaba y derramaba lágrimas de vergüenza y desesperación.
Ya estaba hecho. La espada goteaba sangre en la misma cadencia que su agitado corazón; el silencio volvió a caer pesadamente sobre el campamento y Esciros volvió sobre su mente, dándose cuenta de que no soportaría cargar con este peso terrible en su espíritu, mancillado finalmente por El Subterráneo, pero pensando aún que la decisión fue la correcta. Sus hombres murieron como soldados; él viviría como un espectro el resto de su desdichada vida.
Ahora sabía el paso siguiente, el último que daría; tenía en ello la misma determinación que para matar a sus soldados. Se encaminó hasta el borde del barranco del Cifrenes, bajó la accidentada rivera hasta llegar al fondo, y esperó. Pasaron las últimas horas de la noche y el cielo se volvía gris cuando apareció. Lenta, errática, oscura y ominosa llegó la barca, que accidentalmente se detuvo unos momentos por un recodo de la rivera justo donde esperaba Esciros, bañado en sudor y sangre. “El último camino de los desesperados”-dijo en voz alta mientras se embarcaba, y los únicos dos tripulantes apenas reaccionaron con un gesto o una mueca de incomodidad. Uno de ellos se apartó, como haciendo un espacio a Esciros-sólo un extraño más- y éste lo ocupó, después de empujar con un puntapié la barca, sacándola del bajío.
La barca avanzó por la desembocadura para salir al mar, avanzando a la deriva, pero extrañamente en línea recta, como si supiera su ruta y destino. Tal vez lo haya. Pero Esciros, capitán de la VII escuadra de exploración ya no se lo preguntaría, ni pensaría en nada más, por el resto de su vida.
Al desaparecer la barca en horizonte, con el sol levantándose sobre las colinas del este, un grupo de velas grises apareció desde el sur. Cascos también grises con mascarones de proa escarlata se encaminaron hacia el litoral buscando puerto; una flota amenazante de barcos enemigos desembarcaba en Okoros, mientras nadie del reino presenciaba la inevitable caída del Dióscuro sobre Laudre.

jueves, 13 de noviembre de 2008

La Ventana

La lesión con la que he estado en este último tiempo, la armoniosa soledad en Calama y el luto no expresado durante dos años desde la pérdida de mi abuelo (y el aciago sueño que tuve durante el velorio), dieron nacimiento a este, mi primer cuento completo:

Era el atardecer cuando el tren llegaba a la estación. Durante el camino el cielo amenazaba con una lluvia nocturna que no tardaría en caer, de forma que cuando llegue hasta la vieja heredad ya estaba oscuro, y desde afuera se veían las primeras luces encendidas de la casa.

Fui recibido por una de mis tías, que al verme lo primero que dijo fue:

-Arturito… tu abuelo… se ha ido.

No me sorprendió, más, aumentó la sensación sombría que me aquejaba desde mi partida de la capital-dos días de viaje sin dormir-, como si la noticia no resolviera tal sensación, sino que solamente le diera un comienzo.

Sólo supe que el abuelo estaba muy enfermo hace una semana atrás, y no pude arreglar mis asuntos hasta hace poco, y no pensé que llegaría tan tarde…

El abuelo, tan respetado por todos en los alrededores, querido por la numerosa familia, era una especie de señor feudal moderno, que decidía gran parte de los asuntos que ocurrían en el pueblo, incluso en la esfera familiar de los que pedían su consejo. De voluntad inquebrantable, moral sin mácula y opinión incuestionable, todos iban (o debían) lamentar su partida.

Supe que mis padres no llegarían hasta dos días, pero el resto de la familia estaba allí, y probablemente a esa hora ya estarían todos durmiendo, así que, diciéndole a mi tía que se acostara, me serví algo de la comida que estaba en el rescoldo para luego dirigirme a la habitación que siempre ocupamos mis padres y yo cuando llegábamos de visita.

Tuve que atravesar desde la cocina todo el patio rectangular de la vieja casa colonial para llegar hasta la habitación, y me di cuenta que efectivamente estaba lloviendo copiosamente y no pude proteger la vela que llevaba en la oxidada palmatoria. La oscuridad era absoluta, salvo por la pequeña luz que se divisaba más al fondo. Me guié por ella hasta que llegué a la que era la vieja habitación que compartían mis abuelos. La luz emanaba de dos sirios puestos a cada lado de una cama de respaldo grande, tallado, de color pardo oscuro y esquinas redondeadas que enmarcaban el gran colchón que soportaba ahora el peso del cadáver del abuelo Alfonso.

Ver esa imagen de repente en medio de la penumbra, como si la ventana flotara, me sobresalto y dejé caer la palmatoria. El ruido metálico me espabiló y recién en ese momento pude entender lo que estaba viendo; sí, era un cadáver, el primero que veía en mi vida, pero era el abuelo. Aunque, no obstante el razonamiento-escudo de la mente-, la imagen me parecía sobrecogedora y lúgubre; hasta un poco macabra, puesto que me imaginé una feria de horrores en que los cadáveres de la familia son mostrados como espectáculo.

Con ese pensamiento me alejé de la ventana, y puesto que, por lo que recordaba, nuestra habitación estaba contigua a ésta, decidí buscarla y entrar en ella para protegerme de la lluvia.

El cuarto era el mismo de siempre, de esos con techos demasiado altos, que en la oscuridad no puedes ver hasta donde llegan, donde se sienten crujidos de procedencia indeterminada, rasguños en las paredes y golpes en el techo; a pesar del tamaño transmiten cierta claustrofobia, y a la vez una sensación de aislamiento por su enormidad. Adentro encontré otra palmatoria y a su menguada luz me quede leyendo un buen rato, aunque de forma distraída, puesto que pensaba extrañado, a pesar de la hora, en la ausencia de familiares por la casa; es un velorio, después de todo, pensé, y por lo menos los mayores estarían guardando una vigilia alrededor del cadáver-mi abuelo-. ¿Me habrá parecido, simplemente, que la habitación del lecho mortuorio estaba vacía, salvo por el cuerpo?-pensé-. Era muy probable, tal vez todos han guardado vigilia desde hace una semana o más, y necesitaban dormir. Con ese pensamiento olvidé el asunto, sin embargo, a mi mente comenzaron a asomarse viejas imágenes de la infancia en la casa, un torbellino de eventos, antiguos colores y olores que desembocó en un gomero, un fuerte y ramificado gomero, solitario en el rincón este del patio rectangular, que apareció a los meses después de una momentánea separación familiar, como un regalo tras la reconciliación, o el fruto del resentimiento como decía mi padre, oscuro, como siempre, en sus juicios.

Con esa impresión en la cabeza creo haberme quedado dormido, inquieto, medio en vigilia, hasta que en cierto momento desperté de golpe, levantando la cabeza de la almohada y sudando, con las palabras retumbando en mi cabeza: “lo mató…lo mató…eso hizo…”. Era como si estuviesen gritándome la frase en el momento de despertar, o mejor dicho, por eso desperté.

Con el corazón rebotando en el pecho, me di cuenta que no volvería a dormir.

Decidí levantarme, debían ser aproximadamente las 4 de la madrugada, pensé, prendí otra vela y me quedé sentado un momento en la cama. Mire el cuarto en toda su extensión, las cuatro camas, percibí el olor a viejo de las tapas y el piso y aumentó mi inquietud. Mire por la ventana, afuera estaba húmedo, pero vaporoso; había dejado de llover, y una luz blanca se desparramaba sobre el follaje del patio: la luna llena se abría paso entre las nubes ya drenadas.

Salí, con la resolución de recorrer las habitaciones de la casa que no estuvieran ocupadas, por si es que el paseo y otros recuerdos borraban el que me estaba atormentando. Esa era mi tía, la que me recibió, la que, siendo yo muy pequeño, una noche despertó a toda la familia con sus gritos. Repetía una y otra vez lo mismo, “lo mató…lo mató…”. Fue breve, pero el evento quedo impreso en la memoria de todos, aunque nadie nunca se atreviera a comentarlo.

En la casa había varios cuartos iluminados, probablemente para simbolizar la vigilia, que no estaban llevando a cabo, y eso ayudo en la primera parte de mi recorrido, hasta que al llegar al ala este de la casa, me di cuenta que ya no habían velas ni candelabros encendidos. En esa parte me ayudé de mi palmatoria para seguir recorriendo, mientras pensaba en la imposibilidad de hacer esto en mi infancia por el miedo a la oscuridad y la prohibición de acercarse a ciertos cuartos de la casa. Había uno en particular, sobre el que se impuso la restricción justo cuando la familia se reencontró. Nadie entraba, hasta donde sé, y los mayores nos desmotivaban diciendo lo horriblemente aburrido que era, y lleno de arañas, sin castigos de por medio.

El abuelo prohibió la entrada después de un evento que ocurrió con la separación de la familia o tal vez fue causa de ésta, ahora que lo pienso. Un borracho del pueblo se puso frente al portalón de la casa un día, pidiendo pan y vino; fue mi abuela quien le respondió negándole su petición. Luego de ello, se escucharon gritos escandalizados de mi abuela-no se a razón de que-, a lo que salió luego el abuelo Alfonso, con el látigo en la mano, gritó un par de cosas, se escucho un tronar y se perdió llevándose al borracho con él. No volvió hasta el anochecer, y al borracho no se le vio jamás de nuevo.

Ahora, ya mayor, recordando el evento, renació en mí la curiosidad morbosa que me impulsaba a entrar de niño, y ese entusiasmo infantil me arrastró a buscar la llave maestra de la casa para penetrar en el viejo cuarto.

El cuarto no ofrecía nada espectral o fantasmagórico, como me esperaba, y mi ilusión infantil quedo frustrada. Estaba pintado de blanco, y no entraba otra luz que la de una claraboya pequeña, a unos 3 metros arriba. Había un viejo cofre desecho, con agujeros, con viejas fotos y postales de décadas atrás, y en el fondo encontré un revólver antiguo, probablemente del abuelo. Había colgadas a modo de cortinas, varias telas en la pared, de color púrpura, cuadrados de un metro y medio de ancho y largo, más o menos. Esto me llamó la atención, y comencé a levantar, una a una las telas, mirando detrás, pensando que detrás podía haber cuadros con temas indecorosos, un viejo secreto del abuelo. No había nada detrás, sólo la blanca pared, excepto…excepto, en la cortina de la pared del este, creo. Fue un instante, de correr el cortinaje (este si lo era, porque había una ventana detrás) y ver una horrible imagen instantánea, espantosa: un cuerpo azotándose contra la ventana, quebrándola, sin ruido. Me eché hacia atrás gritando, instintivamente, hasta que me di cuenta que la escena, fuera de traer sus consecuencias naturales-trozos de vidrio lanzados hacia adentro, gritos-se repetía una y otra vez, rápidamente, en forma vertiginosa. Fue tal la impresión que vomité dentro del baúl, y después de eso atiné a salir corriendo, sin preocuparme de haber despertado a la familia toda, quienes estarían pensando en tomar a escopeta para echar al ladrón, seguramente.

Iba en el pasillo, balbuceando como retrasado mental, cuando empecé a repasar con una lógica insana la imagen: el cuerpo que impactaba la ventana era el de un pordiosero, se notaba por los andrajos, aún a esa velocidad; detrás había otra figura: el abuelo, con un revólver, y el gesto que realizaba en la imagen era el de disparar, contra el cuerpo.

Dentro de la misma lógica insana empecé a sacar cálculos de años, meses lugares y personas de la familia que apuntaban a un solo resultado: El gomero. Ésta fue la verdadera iluminación de la locura, pienso hoy, que me arrastró a tomar la pala del patio y una pica, salir al patio y ponerme a arrancar el nefasto árbol, para después cavar y cavar hasta golpear algo medio viscoso al principio y crujiente al final. Llevé la lámpara al patio, y volví a sentir náuseas al darme cuenta que había golpeado con la pala el torso de uno de mis familiares, creo que mi tía, la que me había recibido unas horas antes, porque fue su cara lo primero que vi dentro de la zanja, al apuntar con la lámpara. Seguí iluminando más allá en la zanja y entre el lodo y las raíces reconocí las caras del resto de mis familiares; sus cuerpos estaban deformados por diferentes fracturas que abarcaban todo el cuerpo: las posturas eran imposibles. En medio del horror, empecé a escuchar una tronadura en toda la casa, un golpe de sonido que se repetía una y otra vez, al ritmo de la ventana-pensé en medio de la locura-. Sólo corrí, al sentir que uno de mis miembros se salía de lugar, y sólo recuerdo haber llegado gritando a la posta más cercana. No supe más, hasta ser interrogado por la policía al día siguiente…

“La descendencia ha sido maldita”, habría dicho mi padre.

El Horror del Depa de Abajo

En esta parte, les entrego una versión más fascinante de una experiencia real vivida por una amiga, escrita por ella misma. Gracias Angelique:

Todo empezó un lindo día de marzo, cuando yo recién llegada a mi departamento, recibí la inusual visita de mi vecina. Era una señora bajita y gordita, con un ojo medio raro y una voz como de alguien a quien la vida la ha tratado mal. Nos vino a decir que había puesto una tabla al costado de mi balcón para que las palomas no mancharan su ropa con estiércol. (Mi departamento queda arriba del suyo). nosotras con la mejor intención de buen vecino le dijimos "ningún problema vecina, vaya tranquila". pasaron los días, las semanas, los meses y esa tabla ubicada justo al lado de mi balcón empezaba a ser LA CASA DE LAS PALOMAS. Cosa que nos molestaba bastante ya que, aparte de que el lenguaje de las palomas es terrorífico (horrrror, horrror) emitían un hedor bastante molesto. Además empezaron a hacer nidos y a tener palomitas, que en un principio eran re lindas y yo como niña buena me enternecía.

Un día estábamos almorzando y sentimos algo así como un "gritito" de paloma, muy por lo bajo miramos por la ventana justo donde estaba la tabla al lado del balcón y vimos la imagen mas horrenda que puede ver uno de un animal. Un pichón con la cara diabólica y sus pequeñas alas abiertas picoteaba a otro pichón más pequeño en su nido, al picotearle la cabeza, salían a la vista pequeños trozos de piel y cabeza (todo esto pasaba mientras nos almorzábamos un rico bistec)
yo casi lloro y mi compañera se puso a emitir garabatos y cosas en contra de esas palomas satánicas come carne.
Quedamos aterrorizadas… yo por lo menos…
esa noche, acostada en mi cama, pensaba en qué pasaría si este pichón asesino viene por mí en la oscuridad y entra por debajo de la puerta y me empieza a picotear el cerebro y después va detrás de la chatis y se la come también para quedarse con del departamento y hacerla su guarida infernal??
En mi cabeza daba vueltas la imagen del pichón asesino y su dieta de cerebros. Corrí a la pieza de al lado:
-chatis.... chatissss
-que queri mierda...
-puedo dormir contigo?
-acuestate y no me huei
-gracias chatis!!!
En realidad esa noche no soñé con los pichones ni con las palomas... soñé con mi vecina. ahora que lo pienso bien, fue un sueño bastante revelador...
Estaba yo con mi compañera, la chatis, caminando por un jardín lleno de flores y cosas lindas cuando de pronto empieza a caer caca del cielo y empezamos a correr, entonces vemos en el cielo a nuestra vecina con unas alas muy grandes una cola en forma de flecha y pico gigante ( sé que eso se lee bastante feo, pero me imagino que saben a lo que me refiero). desperté con la linda voz de la chatis diciéndome:
- oe me podi soltar que toy caga de calor
-ya, es que estaba soñando puras tonteras
-levántate y vámonos pa la u mejor
-ya....
Ese día en la tarde, ninguna de las dos queríamos mirar por la ventana, así que mandamos a mi novio a mirar. la cara de horror y asco que puso al ver el espectáculo nos mostró como estaba la situación.
Decidí ir a hablar con mi vecina, para decirle que sacaríamos la tabla. Toqué el timbre y me abrió la puerta, sentí una extraña sensación de miedo... con mi mejor cara le dije:
-hola, soy su vecina que vive en el depa de arriba y venía a decirle que vamos a tener que sacar la tabla que usted puso porque las palomas empezaron a hacer nidos . :)
-sí pero ustedes tienen que limpiar ahí y ustedes nunca limpian su balcón y por culpa de USTEDES que a mí me ensucian las palomas la ropa
-??????????????????????????
-así que no saquen la tabla la dejan ahí no mas -?????????????????????????????????????????????
-además ustedes tienen la culpa que las palomas se vengan al edificio y me ensucien la ropa, yo estoy enferma y las pulguillas de las palomas se me suben en el cuerpo (Ojo, las pulguillas de las palomas son microscópicas, a simple vista no se ven..)
-????? emmmm, disculpe que la interrumpa señora, pero es un edificio de 26 pisos, de 6 depas por piso de los cuales TODOS tienen balcones. Las palomas se paran en todos los balcones, no solo en el mío. Además nosotras limpiamos el balcón siempre, lo que pasa es que por culpa de su tab.....
-a mi no me importa na, la tabla se queda y punto - PORTAZO-

Pucha que me dio rabia por la c.......

La señora no era na tierna po, era más brigida que la cresta y yo con mi mejor cara de niña buena recibí el medio portazo!.
En fin, Subí a mi depa y les conté los hechos a la chatis y a mi novio
- saquemos no mas la tabla y si se enoja malacue.... dijo mi lindo pololo, la chatis opinó lo mismo. Así que fuimos al súper y compramos bolsas, guantes y artículos de limpieza, la chatis se consiguió unos delantales y mascarillas. Parecíamos un equipo de control de plagas peligrosas o algo así.
…y empezamos la dura tarea de sacar taaaanta mierda de esa maldita tabla, sacamos y sacamos caca de paloma, palomas muertas huevos de paloma, pichones descerebrados, algunas arañas y mucha pero mucha mierda. Entre tanto la vieja nos puetaba de abajo y nos decía que era nuestra culpa y que ahora nosotras éramos las causantes de sus millones de enfermedades y que las pulguillas y que la cuestión. Tanto habló que obviamente la ignoramos, pero en el entre tanto empezamos a escuchar algo raro, un “ruido” extraño, algo así como cánticos y sentimos una extraña sensación de ser observados por alguien… miré hacia arriba y vi como en la baranda del balcón de arriba había una fila de palomas negras con picos ensangrentados mirándonos… algo así como cuervos esperando nuestras muertes.
PUTA QUE ME DIO MIEDO!!
los tres nos quedamos mirando y sentimos lo mismo ¿¿¿Qué onda???
En ese momento la señora dejó de hablar y las palomas se fueron todas al mismo tiempo. Esa noche mí novio se quedó a dormir, la chatis durmió en su pieza pero con la puerta abierta.

Estábamos los tres cagaos de miedo…

Al otro día venía de la u con el pensamiento de las palomas malignas en mi cabeza y miré hacia arriba mi edificio, tratando de encontrar mi balcón. Me di cuenta de algo horrible! Mi balcón era el ÚNICO sucio con caca de paloma!!! Los demás estaban sucios un poco, quizá por el tiempo o quizá porque una que otra paloma había hecho de lo suyo, pero mi balcón estaba BAÑADO EN CACA DE PALOMA y habían tres palomas negras paradas en el. Subí corriendo a mi depa y salí al balcón a echar a las malditas, se fueron pero volvieron otra vez.
¡¡Por qué no se van a cagar otro balcón mejor palomas y la con….!!!!!!! Grité con fuerza!! En eso llega la chatis y me dice:
-que andai gritando loca
-es que chatis las palomas solo cagan ESTE balcón y vienen a ESTE balcón, no se paran en los otros balcones!!!
-yiaaaa no te estarás pasando rollos?
-pero mira para el balcón de al lado, o el de arriba, no están pa la caga como el nuestro
-oye devera, qué onda????
En eso escuchamos una risita media burlesca y tétrica, proveniente del balcón de abajo….. Miramos y justo la “señora” cierra la puerta de su depa mientras sentimos como una paloma nos miraba desde su balcón.
Esa noche:
-chatis…. Chaitsssssss
-otra vez, que queri mierda
-puedo dormir contigo que tengo susto
-acuestate callá no más y no te me pegotees mira que después me cago de calor
-ya chatis gracias….

Nunca más vivimos tranquilos en ese departamento….

Continuará…..

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Feliz estancia

Bienvenido:
Espero su viaje no haya sido demasiado tortuoso, a pesar de las nuevas carrateras de asfalto, el camino a estas viejas ruinas que otrora fueran una gran casona fortificada del siglo X sólo puede realizarse a traves de barrancos no trabajados desde esas eras, por lo que muchos ni siquiera llegan, al menos vivos...
Fuera de eso, te doy la bienvenida, siéntate, toma un poco de vino de las orillas del Borgo junto a este fuego y presta atención a lo que has venido a escuchar, si crees que es lo que esperabas. Si ya no lo crees, tal vez ya sea tarde para pensarlo, asi que escucha de todas maneras, a tu riesgo...